Una vez un chico llamado Antonio estaba en el instituto con sus amigos, él vivía en un pequeño barrio de Cádiz (Andalucía). Estaba hablando con Víctor cuando de repente llegó Leo, un chico nuevo en el instituto que venía de Castilla y León. Este chico antes nombrado le hizo una burla a Antonio por su acento andaluz, este niño aseguraba que el andaluz solo era un castellano mal hablado, y que le faltaba mucho que cambiar si quería hablar castellano adecuadamente. Antonio no le pegó ni insulto ni mucho menos, por más que Víctor le proponía la idea de darle una paliza, este en cambio lo que hizo fue enseñarle la verdadera belleza del andaluz. No se complicó mucho en buscar ejemplos , le habló de comerse las últimas letras de cada palabra y le aseguró que eso le haría perder menos tiempo al hablar , le habló también del seseo y el ceceo , pero lo único que hizo cambiar a Leo de opinión fue el maravilloso » no ni ná «. Él no podía parar de pensar en cómo tres adverbios negativos podrían formar una expresión afirmativa, pero a pesar de las muchas vueltas que daba en su cabeza, por fin logró entender que no se trataba de lo mal que se hablaba el andaluz sino lo bien que se expresaba en tan pocas palabras. A veces para resolver una discusión no hacen falta argumentos que deban estar en contra, sino ideas que deban ser explicadas.
Melía Tate